DE TAL MANERA AMÓ DIOS AL MUNDO, QUE DIO A SU ÚNICO HIJO, para que TODO AQUEL QUE EN EL CREE, NO SE PIERDA, MAS TENGA VIDA ETERNA. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por El.
EL QUE EN EL CREE, NO ES CONDENADO; pero el que no cree, ya ha sido condenado...
Y esta es la condenación: que LA LUZ VINO AL MUNDO, Y LOS HOMBRES AMARON MÁS LAS TINIEBLAS QUE LA LUZ, porque sus obras eran malas.
Todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a ella para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios. Juan 3:16-21

8 de agosto de 2010

Nuestra lectura de hoy, domingo 8 de agosto

Proverbios, capítulos 30 y 31
Eclesiastés, capítulo 1

Mujer virtuosa, ¿quién la hallará? Porque su estima sobrepasa largamente a la de las piedras preciosas.
Ella se reviste de fuerza y dignidad y el día de mañana no le preocupa.
Habla siempre con sabiduría, y da con amor sus enseñanzas.

Engañosa es la gracia, y vana la hermosura; la mujer que teme a Dios, ésa será alabada. (Proverbios 31:10, 25-26, 30)

Los encantos y la belleza exteriores son pasajeros, los años los van robando... Pero la mujer que honra a Dios está haciendo un depósito en su corazón que es eterno y nadie se lo puede quitar. Su hermosura proviene de pasar tiempo a solas con el Maestro, permitiendo que Sus manos quiten las arrugas e impurezas del alma, sanen el corazón de resentimientos y rencores. Enderecen lo torcido, traigan luz donde hay oscuridad y renueven los pensamientos de acuerdo a la Verdad.
Una mujer virtuosa es la que pone su confianza en Dios y deposita sus cargas y ansiedad delante de El, fortaleciéndose cada día en Su presencia y desarrollando la paciencia y la fe en medio de las pruebas y sufrimientos que tiene que atravesar.
La belleza externa sólo complace a este mundo, pero la belleza interna complace a Dios y reviste a la mujer de una gracia y hermosura diferente, más valiosa que las piedras preciosas...

Las mujeres sean honestas, no calumniadoras, sobrias y fieles en todo. Su manera de vestir sea decente, con pudor y modestia. Y el atavío no sea el externo (peinados ostentosos, joyas y vestidos lujosos) sino el interno, el del corazón... la belleza incorruptible de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios, y las buenas obras como corresponde a mujeres piadosas. Porque así también se adornaban en otro tiempo las mujeres santas que esperaban en Dios. (1Timoteo 3:11, 2:9-10 / 1 Pedro 3:3-5)

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