DE TAL MANERA AMÓ DIOS AL MUNDO, QUE DIO A SU ÚNICO HIJO, para que TODO AQUEL QUE EN EL CREE, NO SE PIERDA, MAS TENGA VIDA ETERNA. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por El.
EL QUE EN EL CREE, NO ES CONDENADO; pero el que no cree, ya ha sido condenado...
Y esta es la condenación: que LA LUZ VINO AL MUNDO, Y LOS HOMBRES AMARON MÁS LAS TINIEBLAS QUE LA LUZ, porque sus obras eran malas.
Todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a ella para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios. Juan 3:16-21

3 de febrero de 2010

Nuestra lectura de hoy, miércoles 3 de febrero

Levítico, capítulos 10 al 12

Dios prohibió a los israelitas comer de aquellos animales que pudieran hacerles daño a sus cuerpos, causándoles enfermedades o muerte. Eran instrucciones para el bienestar de la salud del pueblo. Si las desobedecían, contaminaban su cuerpo volviéndose impuros para Dios. (Levítico 11)

Hoy nosotros podemos comer todo aquello que nos haga bien, ya no nos vuelven impuros ciertos alimentos... Pero hay otro tipo de contaminación de la que debemos librarnos...

Jesús nos enseñó:
Lo que comemos no nos hace impuros delante de Dios porque no va al corazón sino al estómago y después el cuerpo lo expulsa.
Lo que hace impura a la gente es lo que sale de ellos... Porque de adentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez.
Todas estas maldades de adentro salen, y contaminan al hombre. (Marcos 7:18-23)

Todas estas impurezas enferman nuestro corazón y provocan muerte espiritual y separación eterna de Dios.
Debemos preservar la buena salud de nuestro espíritu alimentándolo con la Palabra de Dios.
"No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda Palabra de Dios." (Lucas 4:4)

No practiquemos el pecado.
Seamos santos, porque nuestro Dios es santo.
(Levítico 11:44)

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