4 de enero de 2011

Nuestra lectura de hoy, martes 4 de enero

Filipenses, capítulos 2 al 4

No hagamos nada por contienda o para vanagloriarnos; sino con humildad, no buscando solamente nuestro propio bien, sino considerando también a los demás.

Que haya en nosotros el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús, que siendo Dios, no se aferró a Su condición; por el contrario, se humilló voluntariamente haciéndose semejante a los hombres, y tomando la naturaleza de siervo entre ellos. Y porque obedeció al Padre en todo, y hasta en Su muerte, Dios le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo otro nombre, para que ante El se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.

Glorifiquemos nosotros también a Dios en nuestras vidas, imitando a Cristo: Su obediencia y humildad. El no vino a este mundo para ser servido, sino para servir. Seamos como El.

Hagamos todo sin murmuraciones, ni discusiones, para que seamos hijos de Dios sin mancha, irreprensibles en medio de esta generación maligna y perversa. Resplandezcamos en el mundo como luminares, manteniendo en alto la palabra de vida.

No busquemos nuestros propios intereses, sino los de Jesucristo; y no vivamos llenos de ansiedad, porque tenemos un Padre Celestial que tiene cuidado de nosotros y podemos acudir a El para presentarle nuestras peticiones y ruegos en oración. Y Su paz, que sobrepasa todo entendimiento, guardará nuestros corazones y nuestros pensamientos en Cristo Jesús.

No olvidemos que nuestra ciudadanía está en los cielos, y estamos esperando que de allí regrese el Salvador, el Señor Jesucristo, para buscarnos y llevarnos a Su reino.
Estemos preparados, ocupándonos cada día en nuestra salvación con temor y temblor; y viviendo según el mismo sentir de nuestro Señor.

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